Hoy se celebra el día internacional contra la homofobia, la
transfobia y la bifobia. La exclusión de la homosexualidad de la lista de
enfermedades reconocidas por la Organización Mundial de la Salud fue una
decisión política.
Por Bruno Bimbi.
Escrito el 17 de mayo de 2019.
Hoy conmemoramos el día en el que millones de personas de
todo el mundo dejamos de estar enfermas. Fue algo bien rápido, sin tomar ningún
remedio, sin ir a ningún hospital. Estábamos enfermos y, de repente, no lo
estábamos más, aunque nuestro cuerpo y nuestra mente no sufrieron ningún
cambio, como tampoco habían tenido, antes, ningún síntoma.
Ni siquiera un mareo, unas líneas de fiebre, algún dolor, un
estornudo, un pico de ansiedad. Tanto es así que, hasta que nuestra enfermedad
se curó por arte de magia, millones se murieron sin saber que la habían
padecido. Todo terminó un día como hoy, en 1990, cuando un grupo de señores se
reunió, votó y decidió que los gays pasábamos a ser personas sanas y normales y
no más unos putos contagiosos. Ojalá fuese igual de fácil con las enfermedades
de verdad.
La exclusión de la homosexualidad de la lista de
enfermedades reconocidas por la Organización Mundial de la Salud fue una
decisión política, como antes lo había sido su inclusión. No existía ningún
fundamento científico para considerar que el deseo sexual y el amor romántico
por personas del mismo sexo fuese un problema de salud y no, simplemente, una
orientación sexual, ni mejor ni peor, ni más ni menos saludable, parte de la
diversidad biológica de la especie humana y tantas otras.
Siempre ha sido así: a lo largo de la historia, en todas las
épocas y en todas las culturas, siempre ha habido una proporción más o menos
estable de individuos que son homo o bisexuales, así como hay quienes tienen el
cabello morocho, castaño o rubio; los ojos verdes, negros o azules. Tampoco
estaban enfermos los zurdos, aunque durante tanto tiempo los hayan castigado
desde chicos para que escribieran con la mano derecha. Al igual que los
homosexuales, son minoría, pero eso ni significa nada más que un dato
estadístico.
Tratar a la homosexualidad como enfermedad fue, durante
mucho tiempo, una de las formas de reprimirla. También se la trata, en muchas
religiones, como pecado, y en muchos países como delito, aún hoy. Y, aunque la
OMS haya dicho hace ya tantos años que estamos sanitos (aún nos deben, sin
embargo, un enorme pedido de disculpas por haberse demorado tanto en
reconocerlo), todavía existen, en diferentes lugares del mundo, “manochantas”
que prometen a las familias “curar” a sus hijos gays y volverlos hétero,
auspiciados por la iglesia católica o el templo evangélico del barrio, esas
instituciones que siempre se llevaron tan bien con la ciencia. Además de
sacarles mucho dinero a familias vulnerables por su ignorancia y sus creencias
religiosas, les hacen un daño enorme a los adolescentes que son sometidos a sus
experimentos inhumanos.
Esto sigue pasando, aunque ya hayan pasado nada menos que
veinte años desde que la OMS reconoció su error. En Estados Unidos, muchos
jóvenes obligados por sus familias a someterse al “tratamiento” de “cura gay”
terminaron suicidándose, hasta que el grupo Exudus, principal promotor de esa
barbaridad, fue disuelto y sus propios líderes pidieron públicamente perdón por
todo el daño que habían provocado a tanta gente. En otros países, como Brasil,
las iglesias evangélicas fundamentalistas y sus aliados políticos –hoy en el
gobierno– hacen lobby para legalizar esos “tratamientos” y continuar usándolos
como propaganda de su discurso de odio homofóbico.
Tampoco estaban enfermos los zurdos, aunque durante tanto
tiempo los hayan castigado desde chicos para que escribieran con la mano
derecha.
La idea de las “terapias de reversión de la homosexualidad”,
como les llaman, es tan absurda que el propio nombre elegido para promoverlas
la delata. Decir que algo puede ser “revertido” implica suponer que hubo un
cambio de estado anterior. Es decir, que alguien era heterosexual, se
transformó en gay y ahora, mediante un “tratamiento” que no se enseña en
ninguna facultad de Psicología del mundo, puede volver a su estado previo, o
sea, volver a ser hétero.
Pero gays, lesbianas y bisexuales nunca fuimos
heterosexuales. No existe un estado puro del que nos desviamos, del mismo modo
que no puede “revertirse” la negritud, porque los negros no eran blancos antes
de ser negros. Y ser negro (o gay) no es un problema, una patología o algo que
pueda o precise ser corregido. Es, repito, parte de la diversidad biológica de
nuestra especie.
Los gays siempre fuimos gays y eso no tiene nada de malo. Lo
que esas “terapias” buscan realmente revertir, seamos sinceros, es nuestra
salida del armario: empujarnos de nuevo para adentro, obligarnos a negar lo que
somos, que no puede cambiarse. Es por ello que usan métodos básicamente
conductistas, sostenidos por una retórica religiosa y moral. La idea de esas
“terapias” es, a través de la tortura psicológica, estímulos negativos,
castigos, devastación de la autoestima y mucha culpa, convencer a sus
“pacientes” que deben abandonar la conducta homosexual, reprimir sus deseos y
obligarse a sí mismos a vivir una vida falsamente heterosexual.
El efecto que eso produce es exactamente el mismo que
provocaría en una persona heterosexual forzarla, mediante los mismos métodos, a
reprimir sus deseos heterosexuales y obligarla a tener relaciones homosexuales.
Los “pacientes” destruyen su autoestima, pasan a odiarse a sí mismos por seguir
sintiendo lo que les dijeron que era moralmente errado, patológico o pecado, se
obligan a tener relaciones insatisfactorias con el sexo opuesto (si sos hétero,
imagínate que te obligaran a vivir como gay y a tener relaciones con personas
de tu mismo sexo), entran en depresión y, en muchos casos, se suicidan.
Eso es lo que ha ocurrido sistemáticamente en la vida real,
en diferentes países, con las personas (principalmente adolescentes y jóvenes
obligados por sus familias) que fueron sometidas a estos experimentos perversos
e inhumanos. Eso mismo que el papa Francisco aconsejó recientemente en una
entrevista, cuando dijo que los padres que sospechan que sus hijos son gays
deberían ir “ir a un profesional, a un psicólogo, que más o menos vea a qué se
debe eso, antes del diagnóstico”. No, no hace falta ningún diagnóstico.
Hasta 1990, toda esa charlatanería tan dañina, que tanto sufrimiento, tanto dolor y tanta muerte provocó, estaba legitimada por el discurso médico oficial, que decía que los homosexuales estábamos enfermos. De eso, nos libramos con la decisión de la OMS, por la que el 17 de mayo se celebra ahora en todo el mundo como un día de lucha contra la homofobia. Celebramos que, ahora, los homofóbicos no pueden invocar más aquel discurso de autoridad para sostener las pavadas que siempre dijeron sobre nosotros, que nunca tuvieron nada que ver con la ciencia, sino apenas con sus prejuicios.
* Bruno Bimbi: Periodista y doctor en Letras / Estudios del Lenguaje (PUC-Rio). Activista de la Federación Argentina LGBT y autor de "Matrimonio igualitario" (Planeta, 2010) y “El Fin Del Armario”(Marea, 2017). Corresponsal de TN.
Fuente:
https://tn.com.ar/opinion/17-de-mayo-el-dia-en-que-dejamos-de-estar-enfermos_963304?fbclid=IwAR1nEDK9O6nEqcYCQckgzToe4WLrZQs5VFlKKb_Kf7BXZZCRlq4Fs9UEkXU
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