jueves, 30 de septiembre de 2021

Lecturas: "La cuestión gay" Ernesto Meccia.

 

El libro "La cuestión gay" reflexiona sobre varias de las problemáticas de la diversidad sexual. Ernesto Meccia reconstruye , desde una mirada sociológica,  los procesos por los cuales el Estado y diversos actores sociales y políticos, toman posición sobre la “homosexualidad”. 

La homosexualidad -tal como la conocimos hasta hace pocos años- nació como un problema del Estado. Al crearla, la transformó en un asunto público, un asunto sobre el cual, por definición, toda la sociedad tendría derecho a opinar, ya que el dominio de lo público comprende la evaluación de todo aquello que se crea puede traer consecuencias para todos y no sólo para los actores privados.

 Pero, desde una óptica estatal, con el correr de los años semejante absurdo trajo una consecuencia impensada: la formación de una estridente identidad homosexual forjada en la clandestinidad. Allí comenzaron los problemas para el Estado. Cuando los gays comenzaron a hablar por sí mismos, el Estado resucitó la virtud de la "tolerancia" con la esperanza de realizar un pacto para que todo volviera a la normalidad. 

El Estado se comprometía a tolerar siempre y cuando la homosexualidad no se dejara ver ni escuchar. Sin embargo, el pacto no se cerró. En adelante, la homosexualidad no sería el problema público del Estado creado por el Estado, sino un problema público para el Estado creado por los homosexuales, justamente como respuesta a la forma en que el Estado los había creado como un problema. Una lectura ineludible para poder entender las complejidades de la “cuestión gay”. Una obra fundante en la sociología de la homosexualidad rioplatense.

Portada del libro.


 Descripción de la obra (Editorial Gran Aldea): “La cuestión relativa a si son las prácticas sexuales o las experiencias perceptivas lo que permite referirnos adecuadamente a la sexualidad humana, representa el problema epistemológico más importante (aún no resuelto) en el estudio sociológico de la homosexualidad. La primera es una postura realista, la segunda nominalista”.

 

 


*Ernesto Meccia (General Las Heras, provincia de Buenos Aires, 1968) es Doctor en Ciencias Sociales y Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional de Buenos Aires. Es profesor estable de grado y de posgrado en la UBA y la Universidad Nacional del Litoral, donde enseña metodologías cualitativas de investigación. Es autor de “La cuestión gay. Un enfoque sociológico”(2006), “Los últimos homosexuales. Sociología de la homosexualidad y la gaycidad”(2011) y “El tiempo no para. Los últimos homosexuales cuentan la historia"(2016).

Comentario de cine: "Los juncos salvajes” (1994)

 

“Los juncos salvajes “(título original Les Roseaux sauvages) es una película francesa dirigida por André Téchiné estrenada en 1994. La película retrata el despertar a la sexualidad, a los afectos y al compromiso social por parte de unos adolescentes, y su entrada en el mundo adulto. También se destaca por el tratamiento de la toma de conciencia de su homosexualidad en la figura del protagonista, interpretado por Gaël Morel.

Afiche.


La historia está ambientada en la Provenza, en los años 60, con la guerra de independencia de Argelia de fondo. Cuatro estudiantes de un internado, François (Gaël Morel), Serge (Stéphane Rideau), Maite (Elodie Bouchez) y Henri (Frédéric Gorny) van descubriendo sentimientos y a su vez se dan cuenta de que su entorno cambia muy rápidamente a través de las guerras, las bodas y las muertes de sus seres queridos. Para estos jóvenes de Los juncos salvajes el vivir era apenas algo por descubrir, unas sensaciones tratando de florecer, un enigma que por momentos parecía superarlos, pero contaban con su juventud, que los hacía fuertes y flexibles, como aquellos juncos de la fábula de La Fontaine, doblados sin romperse antes los vientos que pretendían arrasarlos, bien diferentes al roble.



Tenemos a Maïté, personaje sobre el cual gravita gran parte de la historia, los muchachos se sienten atraídos hacia ella cada uno por motivos distintos, pero desembocando en un deseo común. Dos de ellos son compañeros de clase en el internado: François, un joven introvertido y con dudas sobre su sexualidad gay, y Serge, un deportista de origen campesino y de padres italianos, quien acabará perdiendo a su hermano, militar destinado a su pesar en Argelia; el primero domina la literatura, el segundo las matemáticas, y se apoyan.



A ellos se suma Henri, un pied noir (francés nacido en Argelia) obligado a dejar su tierra por la violenta guerra civil independentista que se llevaba a cabo en esos momentos y que ya ha matado a su padre, presumiblemente a manos de un ataque terrorista del FLN, un chico extraño que se pasa el tiempo libre escuchando las noticias de radio del otro lado del Mediterráneo.



François es un personaje que es sensible y pasional, con necesidad de afecto. A través de él podemos hasta sentir la amargura y el dolor de lo que en principio parece un juego de adolescentes que se convertirá en algo platónico cuando se enamora de Serge.



François lleva con profundo dolor y confusión lo que siente por Serge. Su novia inocentemente deja que se aclare con sus sentimientos porque cree que es algo pasajero típico de esa edad. François incluso acude a un viejo modisto del pueblo abiertamente homosexual a pedirle consejo.



François le pregunta: “Usted tiene experiencia. Solo usted puede ayudarme. A mi edad, ¿esto le pasaba? Cuándo le gustaba un muchacho, ¿qué hacía?”. Y Maïté le confiesa a Serge: “Adivina qué me gustaría. Te vas a reír…Ser 10 años mayor. Odio ser joven. Es una enorme carga. Quiero cerrar los ojos y despertarme mucho más tarde, con una vida propia… una vida que escogería yo, sin mi madre o François. Y, sin embargo, les quiero a los dos”.



Téchiné logra con sencillez dar vida propia a estos adolescentes, caracterizándolos con precisión en su contradicción, muy propia de la edad en que navegan y les mueve el viento, como juncos: la ambigüedad sexual entre François y Serge (“Odio mostrar mi piel. Me gustaría ser invisible”, dice el primero al segundo); la breve decepción de Maïté ante la confesión de François de su apetencia sexual (“Te amo porque nunca serás mi enemigo. No importa lo que hagas”, le dice ella), pero que sin embargo él no se perdona (“Soy un marica, soy un marica,…” se repite frente al espejo); la atracción física ambigua de Henri y Maïté, que son mostradas con el ánimo de experimentación, de tanteo, de ver qué pasa, tan propio de la adolescencia.



El ambiente bélico del film enfatiza todo lo que los personajes viven, una verdadera guerra interna con ellos mismos. La escena del paseo en la moto, es una de las más destacables del film. En ese paseo nos damos cuenta de la auténtica relación entre François y Serge. Al ir sentado detrás, François sabe que Serge no lo puede ver y la expresión que tiene François es algo entre absoluta felicidad y a la vez amargura ya que va agarrado a Serge desea que nunca termine ese paseo. Sin embargo, para Serge es un simple paseo en moto con alguien porque sabe que él es un junco firme que no necesita donde apoyarse.



Una película altamente recomendada. En el fondo no trata sobre la homosexualidad solamente, sino que nos describe lo difícil o lo fácil que puede ser para algunos el despertar de la sexualidad también para heterosexuales. Fue ganadora de varios premios:

             Premio del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York a mejor película en lengua extranjera.

             Premio Louis-Delluc en 1994.

             Premios César 1995:

o             César a la mejor película

o             César al mejor director

o             César al mejor guion original o adaptación

             Premio a la Mejor Película Extranjera en los Los Ángeles Film Critics Association Awards.

 

FUENTES:

https://es.wikipedia.org/wiki/Los_juncos_salvajes

http://www.pediatriabasadaenpruebas.com/2018/06/cine-y-pediatria-442-los-juncos.html

http://ovejarosa.com/cine-lgbt-los-juncos-salvajes/

Comentario cortesía de Matías Silva.

Estigmas- Por Didier Eribon(*).

 Es muy probable que la desestabilización, en el gesto de afirmación por parte de los gays y las lesbianas de sus identidades múltiples y heterogéneas, de la “identidad” homosexual impuesta e inferiorizada, sea de una naturaleza tal que contribuya a deshacer, para los propios heterosexuales, la adhesión sin desmayo a evidencias que sólo se configuran por medio de rechazos y líneas de demarcación y que, por consiguiente, la “cultura gay” pueda ser generadora de nuevos modos de vida y de nuevas relaciones entre individuos tanto para los homo como para los heterosexuales.

 

Por Didier Eribon.

 

La imagen y la caricatura duplican, refuerzan la injuria verbal. La homosexualidad ha dado lugar desde hace lustros a una proliferación de imágenes desvalorizantes, degradantes, sobre todo en la caricatura (pero asimismo en el cine y en la televisión, que a menudo no hacen más que facilitar con nuevos medios imágenes bastante próximas a la tradición caricaturista). Ahora bien, la caricatura se aproxima a la injuria, como sugieren Ernst Kris y Ernst Gombrich inspirándose en los análisis de Freud sobre las “agudezas”.

 


 

El chiste y su relación con el inconciente.

 

 Freud definía la “agudeza” como una especie de sublimación de las pulsiones hostiles, una “alusión” a un insulto no dicho que permanece en segundo plano. Kris y Gombrich interpretan la “caricatura” como el equivalente en el ámbito visual de semejante mecanismo. Es una auténtica agresión simbólica, ejerce una violencia y se enmarca, según Kris y Gombrich, en la filiación de las “imágenes difamatorias” de la Edad Media. La caricatura homófoba (como la antisemita) es una “difamación”, hace “alusión” a la injuria, se inscribe en el horizonte de la injuria y apela a los esquemas mentales que permiten hacer reír a propósito de los homosexuales. Expresa la inferioridad asignada a la homosexualidad en la sociedad y perpetúa las estructuras mentales que sustentan dicha inferioridad. Hace “alusión” a la condena inmemorial de la homosexualidad y señala, en consecuencia, toda la violencia social, cultural, política y jurídica de que los gays son objeto. Pero no se ejerce únicamente contra individuos de cuya persona se hace burla (burla cuyo resorte es a menudo la representación de Fulano o Mengano con los rasgos de un personaje afeminado) sino que pretende decir la “verdad” objetiva de todo un grupo bajo una lente de aumento que ofrece al lector o al espectador la imagen humorística.


Sigmund Freud (1856-1939) médico austriaco,padre del psicoanálisis. 


 La caricatura presenta siempre un “retrato de grupo”. Es el retrato de un colectivo, de una “especie” definida por un conjunto de rasgos inmediatamente reconocibles para todos. El dibujo de un hombre afeminado “representa” a los homosexuales masculinos, a todos los homosexuales, aunque se sepa que eso no corresponde a la realidad. Es bastante chocante ver, por ejemplo, en la proliferación de caricaturas e imágenes infamantes que surgieron cuando el caso Eulenburg en Alemania, a principios de siglo, cómo los humoristas recurrían invariablemente al recurso de dotar a los militares de un bolso o un pañuelo de encaje, provocando un efecto de contraste entre la virilidad que se espera del soldado y el afeminamiento que se supone en el homosexual.

 Se advierte, por otra parte, una especie de invariancia histórica de este tema, como si la imagen homófoba fuese a extraer siempre representaciones e injurias del mismo fondo común y arcaico. Existe al menos cierta invariancia, y hasta una estabilidad asombrosa, del discurso homófobo, de la caricatura como imagen “difamatoria” y de la injuria como vehículo de la representación infamante de los que practican relaciones con personas del mismo sexo. Como señala Barry D. Adam, el individuo gay afronta un “retrato compuesto” de sí mismo, sugerido por un conjunto de imágenes, de representaciones, de discursos que le dan una visión degradante o en todo caso inferiorizante de sí mismo. No sólo las categorías inferiorizadas se exponen siempre en forma de rasgos ridículos o descalificadores sino que el discurso dominante y “legítimo” siempre asocia a las personas con características generales y proximidades desacreditadoras como el delito, la inmoralidad, la enfermedad mental, etcétera. El individuo “inferiorizado” ve cómo le es denegado así el estatuto de persona autónoma por la representación dominante, puesto que siempre se le percibe o se le designa como una muestra de una especie (y de una especie condenable, siempre más o menos monstruosa o ridícula).

 


Son todos iguales


 Vemos aquí que la injuria es a la vez personal y colectiva. Se dirige a un individuo particular asociándolo a un grupo, una especie, una raza, al tiempo que trata de alcanzar a toda una clase de individuos tomando como objetivo una de las personas que la integran. La injuria opera por generalización y no por particularización. Globaliza más que singulariza. Se trata de atribuir a una categoría (designada en su conjunto o en la persona de un individuo) rasgos que se constituyen como infamantes y que se consideran aplicables a todos los individuos que componen esa categoría. Así la injuria puede alcanzar también al que no es un destinatario directo: él es el destinatario también.

 Por ello el efecto de la injuria se perpetúa y se reproduce sin cesar, con las heridas que provoca, y las sumisiones y rebeldías consecuentes (en ocasiones las dos a la vez en un mismo individuo). Pero por eso igualmente los individuos que pertenecen a una categoría estigmatizada hacen todo lo posible por disociarse del “grupo” constituido por la injuria. Aunque pertenecientes a un “colectivo” de hecho, constituido como tal por el efecto de la injuria (es decir, como hemos visto, por todo el proceso de subjetivación y constitución de las identidades personales), los miembros de ese “colectivo” se esfuerzan en disociarse de él, para llegar a ver a los demás miembros de ese grupo con los ojos de quienes profieren la injuria y las burlas. El homosexual que quiere ocultar que es “marica”, o de quien se sabe que lo es pero se empeña en dar muestras de su normalidad, se reirá con quienes gastan bromas dudosas o groseras sobre los “maricones”, con la ilusión de que se le dispense de la afrenta si la pronuncia él mismo o si se ríe al respecto con quienes la profieren, o bien de que lo verán distinto de aquellos de quienes uno puede reírse (podemos imaginar todos los esfuerzos –de indumentaria, verbales, gestuales– necesarios para persuadir a los demás y a sí mismo de que se ajusta a la “normalidad”). Ahora bien, la injuria recae de todos modos sobre ellos, incluso cuando la profieren contra otros, porque es de ellos (también) de quienes se habla, y porque es la que, en su función social, los ha constituido como lo que son. 




 Dado que el principio de la injuria es globalizar, eliminar las singularidades personales, su poder constituyente desarma de antemano y de forma permanente las estrategias individuales para disociarse del grupo al que se dirige colectivamente y del que, volens nolens, el que quiere disociarse forma parte. Al reírse de los demás homosexuales, un homosexual se ríe de sí mismo. Y las personas con quienes se ríe de los “maricas”, de las “madres”, se reirán de él en cuanto vuelva la espalda (se atribuye a Truman Capote la siguiente frase: “La ‘faraona’ es el señor amable con quien todo el mundo hablaba en cuanto ha salido de la habitación”). Pero la vergüenza de uno mismo, la voluntad de disociarse, de mostrar que no eres uno de esos de los que se puede reír o de los que pueden ser objeto de insultos, son tan fuertes que durante largo tiempo han sido un obstáculo para la posibilidad misma de instaurar una “solidaridad” mínima entre los estigmatizados. “La vergüenza aísla”, dice Sartre en Saint Genet hablando precisamente de la “insolidaridad” y “reciprocidad” entre quienes él llama, en el vocabulario de los años cincuenta, los “pederastas” (sinónimo entonces del homosexual masculino).

 Así pues, como es siempre colectiva, como inscribe a un individuo dentro de un conjunto, la injuria tiene por efecto que los individuos así designados –o que quieren evitar que se les designe así– traten de disociarse a toda costa de esta “especie” en la que el orden social y sexual se propone incluirles. Puesto que colectiviza, el insulto empuja al individualismo. La fuerza de la injuria y de la estigmatización es tal que induce al individuo a hacer todo lo posible para que no le consideren un miembro de ese “conjunto” designado y constituido por la injuria. Y se comprende que, en consecuencia, sólo la aceptación de uno mismo como miembro del ”colectivo” en cuestión y la solidaridad mínima como gay con los demás gays (y con las lesbianas) puede servir de punto de apoyo para una resistencia eficaz a la injuria y al proceso de estigmatización de los homosexuales en la sociedad. Esta lucha no corresponde únicamente a la movilización política ni a la creación cultural. Es una transformación personal y del mundo que se realiza mediante cada gesto consumado, cada palabra pronunciada para liberarse, en la medida de lo posible, del peso de la homofobia interiorizada.




 Es la suma de todos esos microdesplazamientos y de esas microacciones que reemplazan o, en todo caso, contribuyen a contrarrestar la suma que seguirá existiendo de microcobardías, de microabstenciones, de ínfimas renuncias y silencios sin nombre cuya totalidad conforma la realidad vivida de la dominación. Pero las voluntades individuales sólo pueden llevar a cabo semejante proceso si las sostiene la conciencia de que se trata de una empresa colectiva de recreación personal como un conjunto de individuos libres y autónomos. De ahí la importancia de la visibilidad colectiva. De ahí, también, a la inversa, la necesidad de que todos aquellos que procuran perpetuar el orden sexual tal cual es denuncien esta visibilidad.

 Recuperar la autonomía personal y convertirse en un individuo de pleno derecho implica en principio reconstruir la imagen colectiva para ofrecer modelos diferentes, aunque sólo fuese orillando o impugnando los “retratos” producidos por los portavoces de la norma social y sexual, o privándolos de su tinte degradante (pues el afeminamiento sólo es ridículo en virtud de un decreto que muy bien se puede recusar, aun cuando ese rechazo de la norma se ejerza únicamente en los espacios limitados de una contracultura). Por eso la autonomía individual, la libertad individual, se construyen y conquistan por medio de batallas que sólo pueden ser colectivas y continuadamente se reanudan.


 

Campo de batalla


 El lenguaje cotidiano (al igual que el lenguaje de las imágenes) está atravesado por relaciones de fuerza, por relaciones sociales (de clase, de sexo, de edad, de raza, etc.), y es en y por el lenguaje (y la imagen) como se ejerce la dominación simbólica, es decir, la definición –y la imposición– de las percepciones del mundo y de las representaciones socialmente legítimas. El dominante, como dice Pierre Bourdieu, es el que consigue imponer la manera en que quiere ser percibido, y el dominado es definido, pensado y hablado por el lenguaje del otro, o el que no logra imponer la percepción que tiene de sí mismo, o ambas cosas. Sólo los períodos de crisis social, cultural, o por lo menos la irrupción de movilizaciones políticas o culturales, permiten cuestionar este orden simbólico de las representaciones y del lenguaje, cuya fuerza principal reside en presentarse como perteneciente a las evidencias del orden natural, inmutable, y sobre el cual uno no se interroga o se interroga falsamente para mejor reafirmarlo arbitrariamente, presentándolo como si siempre hubiese existido.


Pierre Bourdieu (1930-2002), sociólogo francés.


 La movilización política, la acción política, son siempre batallas por la representación, el lenguaje y las palabras. Son batallas en torno a la percepción del mundo. Lo que se dirime ahí es saber quién define la percepción y la definición del mundo en general. La movilización, la acción política, muchas veces consiste, para un grupo, en la tentativa de hacer valer, de imponer la manera en que se percibe él mismo, y escapar de este modo a la violencia simbólica ejercida por la representación dominante. Pero conviene precisar que no hay para los gays, y mucho menos para los “gays y lesbianas”, una sola y única manera de “percibirse”, lo que genera toda la complejidad del movimiento gay y lesbiano y explica el hecho, tan a menudo resaltado, de que las definiciones que pueden dar de sí mismos son sólo construcciones provisionales, frágiles y necesariamente contradictorias entre ellas.

 

 

¿Programa para una identidad?


 Para los gays y lesbianas es absolutamente necesario, vital, poder dar de sí mismos sus propias imágenes, a fin de escapar a las que durante tanto tiempo se han creado sobre ellos, y ofrecer de esta forma modelos positivos (o neutros, o en todo caso más conformes con la realidad) a los que y a las que sólo tienen delante imágenes tan claramente negativas. Se trata de producir uno mismo sus propias representaciones y, mediante ese gesto, producirse como sujeto del discurso rechazando ser únicamente el objeto del discurso del Otro. Pero puesto que la forma en que los gays y las lesbianas se perciben y desean hablar de sí mismos es eminentemente múltiple, toda definición producida por gays y lesbianas no puede sino desagradar a otros gays y a otras lesbianas. La autodefinición colectiva es lo que se dirime en las luchas entre los homosexuales mismos, y así la “identidad” no es ni una realidad ni un programa, ni un pasado ni un futuro ni un presente, sino un espacio de impugnaciones y de conflictos políticos y culturales. Lo que implica que no puede ser nunca totalmente estabilizada en un discurso único o unitario que pudiese aspirar a encerrarlo en una comprensión fija.


Primera marcha del "ogullo", Nueva York 1970.


  De modo que hay que insistir en este punto: es muy evidente que, para gays o lesbianas jóvenes que deben construir su identidad personal sin tener otros modelos que las imágenes caricaturescas, insultantes, y que no tienen más esquemas para pensar su sexualidad y su afectividad que las palabras injuriantes que les rodean –sin que siquiera se dirijan precisamente a ellos o a ellas–, el solo hecho de que se creen otras imágenes, de que haya en la sociedad otras imágenes disponibles, de que sea visible este conjunto de fenómenos que denominaremos la “cultura gay”, es generador de libertad, porque esta identificación es la que hace posible la afirmación de su propia singularidad contra la identidad moldeada desde el exterior por el orden sexual que instituye a los homosexuales como un colectivo y a la vez los aísla unos de otros. Es divertido –o siniestro– comprobar que cada vez que se crean imágenes no desvalorizadoras de la homosexualidad, surgen guardianes del orden heteronormativo que las tachan de “proselitismo”. Señalemos, de pasada, que esta idea de “proselitismo” es especialmente absurda, pues sobrentiende que se puede incitar a alguien a convertirse en homosexual mediante representaciones de la homosexualidad. Pero expresa muy bien la asimetría absoluta entre la heterosexualidad deseable y la homosexualidad lamentable: nunca se oye hablar a nadie de “proselitismo heterosexual”, y sin embargo las imágenes de la heterosexualidad gozan de una difusión cuasi hegemónica. La omnipresencia de la imagen heterosexual demuestra, por el contrario, que unas representaciones no inducen a nadie a convertirse en esto o en aquello: un gay no se volverá heterosexual por mucho que esté expuesto a la imagen heterosexual durante toda su vida, o toda su infancia o su adolescencia.



 

 

La ficción heterosexual.

 

 A los que reprochan a los gays y a las lesbianas que se constituyan hoy en “grupo”, en “minoría movilizada”, y les piden con insistencia que recobren los valores del individuo libre e independiente, ciertamente se les puede responder que es el orden social y jurídico el que ya ha constituido a los “homosexuales” en un “colectivo”, en este caso como una minoría condenada al ostracismo y privada de derechos. Pero hay que ir más lejos y añadir que la posibilidad misma de autonomía les ha sido denegada por la imposibilidad estructural de identificarse con imágenes positivas de sus propios sentimientos y su propia sexualidad, y por tanto de su propia personalidad, y en la imposibilidad de reconocerse en una relación de “reciprocidad” (en el sentido sartreano) con otros homosexuales. Dependen de una coacción exterior y su conciencia está literalmente imbuida de discursos e imágenes (en suma, de un orden social) que los rechazan.

Graffiti que cuestiona la heteronorma.


 ¿Y no es justamente porque todo lo que es y todo lo que siente se adecua a lo que el orden sexual exige e impone a los individuos por lo que un heterosexual puede pensarse como libre y autónomo con respecto a sus propias características psicológicas y sexuales? El sentimiento que los heterosexuales pueden albergar de su libre albedrío y de su autonomía personal sólo existe como un efecto de superficie de esta especie de evidencia natural que produce la pertenencia a un grupo mayoritario. Su “individualidad” y su “libertad” son, pues, sostenidas por la existencia, hechas posibles (como una pura ilusión) por su conformidad con valores que no pueden ser universales porque deniegan el derecho de existencia en primera persona a un cierto número de individuos que se ven reducidos al estado de objetos discursivos, de signos negativos manipulados por la cultura dominante. Incluso cabría decir que la estabilidad de la identidad heterosexual sólo la garantizan la delimitación y la exclusión de la “homosexualidad”, es decir, de una “identidad” homosexual definida por un determinado número de rasgos desvalorizadores que se atribuyen a toda una “categoría” de personas. La heterosexualidad se define en gran parte por lo que ella rechaza, de la misma manera que, más en general, una sociedad se define por lo que excluye, como decía el Foucault de Historia de la locura. Y es muy probable que la desestabilización, en el gesto de afirmación por parte de los gays y las lesbianas de sus identidades múltiples y heterogéneas, de la “identidad” homosexual impuesta e inferiorizada, sea de una naturaleza tal que contribuya a deshacer, para los propios heterosexuales, la adhesión sin desmayo a evidencias que sólo se configuran por medio de rechazos y líneas de demarcación y que, por consiguiente, como decía esta vez el Foucault de los años ochenta, la “cultura gay” pueda ser generadora de nuevos modos de vida y de nuevas relaciones entre individuos tanto para los homo como para los heterosexuales.

Michel Foucault (1926-1984); filósofo francés.


 Así pues, una verdadera autonomía podrá ver la luz construyendo un “colectivo” consciente de sí mismo y del hecho de que la autonomía personal no es nunca un hecho dado sino algo que debe conquistarse. Y esta autonomía concreta hay que conquistarla en primer lugar contra los que hacen la apología de la autonomía abstracta para pedir a los gays y a las lesbianas que sigan aceptando la situación en la cual se les deniega o se les hace imposible toda autonomía. Los individuos podrán constituirse en “sujetos”, y ante todo en sujetos de sí mismos, siendo conscientes de los determinismos que moldean las conciencias (y también los inconscientes). 

 

 

 


*Didier Eribon(19539) Es un filósofo, sociólogo e historiador de la vida cultural francés. Es autor de:  “Michel Foucault y sus contemporáneos” , “Reflexiones sobre la cuestión gay”, “Una moral de lo minoritario”, entre otros trabajos.

Fuente: Este artículo fue publicado en “Página 12”.
Las imágenes fueron agregadas en nuestra edición para el formato de este blog. 

https://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Libros/01-09/01-09-30/nota1.htm.

viernes, 24 de septiembre de 2021

Lecturas: "Reflexiones sobre la cuestión gay" Didier Eribon.

 

"Reflexiones sobre la cuestión gay", escrito por Didier Eribon, es una obra fundamental para abordar el tema de la homosexualidad. Eribon, filósofo y sociólogo francés, abarca en su libro una cantidad de cuestiones vinculadas a la construcción de las identidades sexuales, las formas de dominación y de resistencia. ¿Cómo funcionan los mecanismos de poder y opresión?, ¿Qué importancia tiene la visibilidad en la resistencia a la opresión? 

El libro aborda todos estos problemas, además de tener sendos apartados dedicados a Proust, Wilde y otros referentes de la homosexualidad en la literatura. Así como un extenso apartado dedicado a las obras de Foucault. Un libro ampliamente recomendable, que se nutre del aporte de la historia, la sociología, la literatura y otras disciplinas. Fue editado en España por Anagrama.

Portada del libro.


Descripción de la obra (Editorial Anagrama):

“La irrupción en la escena pública, cultural y política de la afirmación homosexual ha traído consigo una proliferación de análisis acerca de la propia definición de la homosexualidad. ¿Qué es un homosexual? ¿Se puede hablar de «cultura gay»? El autor propone una serie de reflexiones a partir de la propia experiencia vivida; de la literatura y la cultura popular desde el siglo xix, con el proceso a Oscar Wilde como hito destacado; y de los textos de Foucault sobre la cuestión”.


Didier Eribon
, filósofo e historiador del pensamiento, es coeditor, con Françoise Gaspart, del seminario "Sociología de las homosexualidades" de la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales, y es profesor en varias universidades americanas. Es también crítico de temas de filosofía y ciencias humanas en el Nouvel Observateur. Ha escrito una célebre biografía de Michel Foucault, tomada como obra de referencia en todo el mundo, y publicada en Anagrama.

Datos de la biografía: Editorial Anagrama.

Comentario de cine: "Doña Herlinda y su hijo” (1985)

 

Doña Herlinda y su hijo es una comedia mexicana de temática LGBT dirigida por Jaime Humberto Hermosillo estrenada en 1985, basada en un cuento de Jorge López Páez. Está ambientada en la ciudad de Guadalajara, y cuenta con las actuaciones de Marco Treviño, Arturo Meza, Leticia Lupercio y Guadalupe del Toro.

Afiche del filme.


La rica viuda Doña Herlinda (representada con una actuación cálida y astuta por Guadalupe Del Toro) consiente a su hijo Rodolfo (Marco Antonio Treviño), un neurocirujano pediátrico, quien está involucrado románticamente con un joven estudiante de música Ramón (Arturo Meza).



Cuando Doña Herlinda decide que ya es el momento para que su hijo se case, manteniendo al amante, ella usa todo su considerable amor maternal para poner en marcha un ingenioso plan que satisfaga todas esas necesidades que entra en juego, la homosexual, la heterosexual y la maternal. La finalidad de este film ha traído mucha satisfacción a muchos inclusive a la misma Doña Herlinda.



A pesar del título, la película trata más sobre "su hijo" que de Doña Herlinda. En la secuencia de la apertura, Rodolfo visita a Ramón en su pensión, la cual muestra no solamente una situación dulcemente sexy y creíble, sino también muestra una relación profunda entre los dos hombres. Y aunque Doña Herlinda es el personaje principal, el amor entre Rodolfo y Ramón se adueña de la película.



Hermosillo se destaca en la transmisión de los detalles ingeniosos de la relación, donde juguetonamente subraya la inmadurez de Rodolfo, colgando un afiche enorme de la película de acción Mad Max sobre su cama; o haciendo el amor con los muñecos de acción de la Guerra de las Galaxias. Con este sublime toque cómic, Doña Herlinda escucha a Bach y ojea un catálogo nupcial en la habitación de al lado, mientras que los amantes juguetean en la suya.



Hermosillo no vacila en mostrarnos las emociones crudas que se desprenden cuando Rodolfo da la noticia a Ramón de que se va a casar con Olga, una mujer que es elegida por su madre. No sólo veremos el dolor de Ramón y la ambivalencia de Rodolfo. Hermosillo usa una parte de la mitad final del film para explorar con profundidad y comprensión, cómo los dos amantes llegan a navegar en la complejidad de su nueva situación.



Otro punto fuerte de la película es la manera que Hermosillo presenta a Olga, actuada sutilmente por Leticia Lupercio, como un personaje bien desarrollado y no como una caricatura. Olga es atractiva, de muy buenos ánimos, de mente abierta y trabaja para Amnistía Internacional. Veremos que ella y Rodolfo se harán buenos amigos (al final de la película hay una maravillosa escena de ellos dos en una heladería). Aunque no se menciona "La Verdad" de la situación, vemos que comienza una verdadera cicatrización entre su amante Rodolfo y su esposa. Así como la importancia real nunca es tocada en Doña Herlinda, el hecho de que Rodolfo y Ramón no son sólo gay, como todo el mundo sabe, sino también como la única pareja que se aman de verdad en la película.



El film es colorido, e iluminado por el sol de Guadalajara, con sus mariachis y sus viviendas espaciosas. Y aunque el mutismo está implícito, es evidente que Doña Herlinda no tiene problema que su hijo sea gay. Desde un comienzo ella acepta plenamente a Ramón como un segundo hijo, incluso le llega a decir que se mude a su casa ya que el "dormitorio de Rodolfo es muy grande". Más tarde, cuando Rodolfo está en su luna de miel, Doña Herlinda hace todo lo posible para animar a Ramón, e incluso diseña un plan, que se convierte en el ingenio de la película siendo éste aún una resolución controversial. Hay una verdadera generosidad de corazón en Doña Herlinda, tanto la mujer como la película. En el film se aprecia que Ramón y su hijo están más "casados" que Rodolfo con Olga.



Una de las razones por la que Rodolfo y Ramón han sido sólidos eficazmente en la película es porque comparten sus sentimientos, los cuales vemos dramatizado con profundidad y trabajo. Son los personajes más auténticos; son de esos que queremos ver que vivan felices por siempre.



De esta comedia mexicana, el Sr. Hermosillo, guionista y director del film, ha creado una benévola, simpática y agradable película. El sexo es visto de manera natural, dulce y agradable. Los personajes se quieren unos a los otros, y nosotros a ellos. El inevitable doble-sentido está muy bien manejado sin burla y con una naturalidad impresionante. ''No puedes tener ambas cosas'', dice Olga en algún momento. Pero Doña Herlinda, agradablemente sobre vestida, y condescendientemente dominante, lo sabe mejor y lo llama familia extensa. (Extraído de reseña del New York Times, Walter Goodman, 1986).

 


Comentario cortesía de Matías Silva.

 

PREMIOS:

             1985, Premio Ariel - Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, Edición 27º, Nominada, Ariel de Plata al Mejor Guión Cinematográfico Original.

             1985, Diosa de Plata - Periodistas Cinematográficos de México, Edición 21º, Película, Diosa de Plata al Mejor Libro Cinematográfico.

FUENTES:

https://www.nytimes.com/1986/04/04/movies/screen-dona-herlinda.html

http://filmesdeinteresgay.blogspot.com/2008/11/dona-herlinda-and-her-son-dona-herlinda.html

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Bajo la sombra de Urano: rescate de Alberto Nin Frías (*)

 

5 de octubre de 2018 · 

Escribe JG Lagos en Letras.

Retrato de Alberto Nin Frías (1911) por Carlos María Herrera


La biografía de José Assandri sobre el intelectual uruguayo que se adelantó a las teorías queer.

En 1932, un intelectual uruguayo publicó la primera defensa del homoerotismo escrita en español. Sólo eso alcanzaría para hacerle un lugar en la historia de la cultura nacional, pero Alberto Nin Frías fue mucho más que un ensayista adelantado: fue un hombre que vivió en el cruce de geografías, religiones, profesiones. Una biografía del psicoanalista José Assandri busca sacarlo de la penumbra en la que permanece.

Hijo de un diplomático y diplomático él mismo, Alberto Nin Frías (1878 - 1937) creció en varias capitales europeas –en Londres se volvió admirador de Oscar Wilde–, trabajó en Brasil y en Estados Unidos, y terminó sus días en un pueblito de la provincia de Santa Fe, ya alejado del servicio exterior uruguayo. Entre los primeros años del siglo XX y hasta el fin de sus días escribió ficción, tratados religiosos, ensayos literarios, notas periodísticas, divulgación freudiana y dos estudios sobre el homoerotismo: “Alexis o el significado del temperamento urano” (1932) y el voluminoso “Homosexualismo creador “(1933).

Portada de "Alexis". Editorial Claridad.


Hace semanas, el investigador José Assandri dio a conocer “Alberto Nin Frías: una tumba en busca de sus deudos”, una no menos extensa biografía intelectual de este escritor que alternó con Herrera y Reissig, con los Vaz Ferreira, con Rodó, pero al que los historiadores de la generación del 900 usualmente confinaron a los márgenes.


Portada de "Homosexualismo Creador".


Con hábiles dosis de tramos temáticos y secuencias cronológicas, Assandri echa luz sobre el trayecto religioso de Nin (católico, anglicano, metodista, luterano y católico nuevamente), sobre su papel en la alianza circunstancial del protestantismo con el batllismo anticlerical, sobre su fijación con la cultura griega, sobre los desplantes que le propinó García Lorca, sobre sus lecturas de los teóricos –mayormente alemanes– que inauguraron la moderna militancia gay al inicio del siglo XX, como Karl Heinrich Ulrichs, el impulsor del término “uranismo” como forma de sustraer las relaciones homosexuales del ámbito psicopatológico. Con referencias que incluyen a la banda REM, al escritor japones Yukio Mishima y a los investigadores que sí se ocuparon de Nin (Hugo Achugar, José Pedro Barrán, Claudia Giaudrone), Assandri reconstruye los cambiantes escenarios culturales a los que debió adaptarse, y en los que se formó su biografiado. Además, pone en contexto las ficciones y las contribuciones ensayísticas de Nin con el foco puesto en sus dos libros sobre homoerotismo, a los que también analiza desde una posible historia de los estudios LGBTI+.

Assandri, que ha llevado adelante varios emprendimientos editoriales (entro otros, Ñácate, revista de psicoanálisis), publicó en 1996 “Entre Bataille y Lacan: ensayo sobre el ojo, golosina caníbal”, en el que también trabajaba sobre una ausencia: la de los aportes de Georges Bataille en los estudios “oficiales” del lacanianismo. Actualmente, Assandri dirige un taller, “La exhibición psi”, en el que aborda los efectos del psicoanálisis en la cultura y, específicamente, la forma psicoanalítica de producir biografías.



Alberto Nin Frías (1878-1937)


P-En las primeras páginas de “Alberto Nin Frías: una tumba en busca de sus deudos” hablás del silenciamiento y el ninguneo en que se encontró y se encuentra la obra de Nin Frías. ¿Por qué acometiste la tarea de sacarlo de ese lugar?

R-Como cuento en la entrevista publicada en el libro, mi encuentro con Nin Frías viene de una pregunta un poco loca que se me ocurrió un día: ¿cuál es la sexualidad de la Biblioteca Nacional? Si pudiera suponerse que en esa biblioteca está el saber más completo y establecido de un país, curiosamente, en la Biblioteca, en el rubro “Homosexualidad” del fichero temático, me encontré con un libro que se escapaba a cualquier idea que yo podía tener a priori. Ni conocía al autor, Alberto Nin Frías, ni entendía lo que anunciaba el título del libro: “Alexis o el significado del temperamento urano”. ¿Qué era eso del uranismo? ¿Qué tenía que ver esa palabra con la homosexualidad? Me di cuenta de que Nin Frías estaba fuera de lugar, y, además, como lector, rápidamente descubrí que estaba fuera de tiempo. Sin embargo, me parecía que decía algo que tenía que ser leído o escuchado por otros. Antes del libro escribí varios artículos sobre él. De esos artículos, sobre todo uno, me parece que sigue teniendo valor, “El arte de la injuria”. En ese artículo jugaba con “el arte” y “helarte”. Ese juego de palabras creo que sintetizaba lo que fue su destino. Su arte de decir, fuera el que fuera, quedó congelado en el tiempo, del mismo modo que la injuria congela al injuriado. No sólo porque no pudieron leerlo en su tiempo, sino porque, como los tiempos cambiaron rápidamente, dejó de tener lectores que pudieran leerlo. Quien escribe un libro busca lectores, busca que alguien lea eso que ha tenido para decir. Pero una cosa es usar la palabra “homosexualidad” y otra el uranismo. Tal vez, como sucede cuando te encontrás con alguien que está extraviado en la ciudad en que vivís, tratás de que llegue a destino. Te fijás en si tomó la dirección correcta, seguís sus pasos con la mirada, y si ves que se equivoca de pronto te acercás para indicarle más claramente la dirección… creo que me pasó algo por el estilo. Si me preguntás por qué tratar de hacer que alguien extraviado llegue a destino no sé si tengo una respuesta, pero sentí ese impulso, tratar de que algunos de sus dichos llegaran a destino.

 

P-¿Cuánto tiempo te llevó?

R-Conocí a Alberto Nin Frías, digamos, antes del año 2000, no lo recuerdo exactamente. Desde entonces sentí la idea un poco rara de que tenía que escribir un libro. Ya en 2001, por lo menos, tenía escrito el primer capítulo, “Advertencia”, que está tal cual en el libro. Ese fue el año en el que José Pedro Barrán publicó “Amor y transgresión en Montevideo”. Él leyó ese texto porque escribió sobre las novelas de Nin Frías y hablamos de Nin Frías. Luego fui escribiendo a medida que podía, en fines de semana, vacaciones, en fin, hasta que finalmente tuve la idea de haber terminado un libro, porque, de hecho, no diría que está terminado; otro tendría que terminarlo, si es que importa. Pero el tiempo de escritura no puede contarse en años lineales, porque entre medio hice muchas otras cosas: escribí otro libro, escribí artículos, di charlas, en fin, el proyecto de un libro siempre estaba allí, esperando, hasta que un día decidí que tenía que dedicarle seriamente un tiempo concreto, horas, días... Hasta que me pareció que era suficiente y busqué a Martín Fernández, un editor que aceptó el desafío.

Portada de "Sordello Andrea".


 

P-¿Qué archivos visitaste?

R-Fundamentalmente bibliotecas o museos de Montevideo y Buenos Aires. No soy un investigador profesional, y tal vez por eso mi búsqueda fue bastante errática y favorecida por el azar, por los encuentros, por las casualidades. Tal vez el modo en que me encontré con Nin Frías marcó mi forma de buscar. Me sometí a la casualidad y la casualidad no tiene hora, simplemente sucede.

 

P-En el prefacio, David Donnovan dice que tu libro es una arqueología rioplatense, pero tal vez se quede corto. Para situar a Nin Frías vos contextualizás la situación de los homosexuales y la homosexualidad en Europa desde el siglo XIX, e incluso más atrás. ¿En qué medida Nin Frías es una figura intelectual local y en qué medida respondía a tendencias globales?

R-Voy a decir algo que no resultará muy simpático: lo local es una ficción que nos hacemos porque conocemos a nuestros vecinos, porque leemos a algunos conocidos, pero en el Río de la Plata, y no sólo en la época de Nin Frías, lo local no ha sido más que un modo de usar la cultura extranjera, fundamentalmente europea. ¿La homosexualidad como concepto, como definición, es más local que el uranismo? ¿Cuándo se funda lo local? ¿Con la gauchesca? ¿Con el modernismo? En el Río de la Plata no hubo, como en Perú o en México, culturas anteriores a la conquista, ni tampoco se desarrolló la cultura hispánica. Más allá de algunos restos que permanecieron de las culturas aborígenes, la mayor parte de la cultura que tenemos se apoya en lo extranjero, y no sólo porque viene de la inmigración, sino porque se ha tratado del uso, de los modos de leer lo extranjero. Y tanto “homosexualidad” como “uranismo” fueron palabras que se inventaron en Europa para defender el homoerotismo cuando era perseguido. Que haya predominado uno u otro dependió, incluso en Europa, del poder que tenían los que usaban la palabra “homosexualidad”, sobre todo en la psiquiatría forense, frente a otros que utilizaban la palabra “uranismo”, más del lado de lo cultural, de lo político. Y en el Río de la Plata, en definitiva, dependió de los modos de leer eso que había en Europa. Es cierto que algunos escapan a esa relación con lo extranjero, inventan otras cosas, pero sobre todo en épocas de Nin Frías, mayormente lo que predominaba era un modo de leer lo que venía de otras tierras. Él habitaba en tierras que estaban separadas por un océano de lo que añoraba, pero su cultura era europea. Más aun, en sus últimos tiempos de vida, paradójicamente, intentó predicar la cultura grecolatina en Santa Fe, en medio del campo, en tierras de cultivo, donde el impulso era el arado y la azada. Pero hablar de arqueología no quiere decir que uno hace una excavación y encuentra cosas, por más que algo de eso sucede. Arqueología va más por el lado del valor que puede tener algo de otro tiempo para este tiempo, más por el lado de lo que plantea Foucault. ¿Cuáles fueron las condiciones económicas, culturales, filosóficas, coloniales que hicieron que algo se produjera? O más exactamente, ¿qué fue lo que hizo que el uranismo de Nin Frías desapareciera? Porque de hecho el uranismo, sobre todo en Alemania, tuvo un peso político y cultural muy importante, al punto de que muchos encontraron allí una acogida hasta el surgimiento del nazismo. ¿Cómo es que apareció y desapareció el uranismo al punto de que historiadores de la llamada “homosexualidad” en el Río de la Plata lo ignoran, mientras que en España han reeditado Alexis o el significado del temperamento urano? Si bien no creo que responda a esa pregunta, me parece que plantearla es importante.

 



P-¿Cuáles dirías que son los aportes de Nin Frías al estudio del homoerotismo?

R-Cuando uno escucha hablar de “ideología de género”, planteada como si fuera una especie de alianza entre la izquierda y los movimientos gay, lesbianos, queer y “abortistas”, por nombrar algunas cosas contra las que se supone que luchan, como si la “ideología de género” fuera el último engendro de la izquierda, como si la izquierda tuviera como objetivo la degradación de la familia, el matrimonio, la educación y la cultura, allí puede descubrirse el valor de una arqueología que ponga sobre la mesa a Nin Frías y el uranismo. Hace un siglo y medio que surgieron movimientos en defensa del homoerotismo y las libertades, un siglo y medio antes de que, desde la ignorancia, se pergeñara un supuesto combate contra una novedosa “ideología de género”. El uranismo de Nin Frías justamente muestra, por un lado, que esa novedad no es tal, por más que su lenguaje y sus ideas sean de cierta época, que no puedan aplicarse a nuestro tiempo. En Nin Frías se hace patente que hay cuestiones políticas en juego, que hay juegos de poder y que los recursos retóricos se combaten con una política de la palabra. Porque cuando se invoca una supuesta “naturaleza”, eso es un acto político, ni más ni menos que eso.

 

P-¿Cuáles de sus conceptos deberían revisitarse, revisarse hoy?

R-Esa es una dificultad con la que me encontré. ¿Cómo trasmitir algo de lo que escribía Nin Frías en esta época? Un lenguaje antiguo, modos de escribir que son de otra época, hablar de las hormonas cuando estamos en tiempos de los neurotransmisores y los genes… Tal vez eso mismo que nos parece extraño es lo que puede resultar de interés. Las respuestas biológicas o científicas que él buscaba no fueron tales porque las respuestas biológicas que se buscan no darán respuesta a los problemas y las preguntas que todos nos planteamos respecto del erotismo. Nin Frías creía que la ciencia iba a iluminar los problemas del erotismo sin dejar lugar a dudas. Sin embargo, eso no ha sido así ni será así. No alcanza con el cuerpo para dar respuesta a los problemas que nos plantea el erotismo. No es sin el cuerpo, pero no es la biología la que dará una respuesta última. Eso que puede ser tan simple, sin embargo, está detrás de las preguntas de muchos. Porque si no es el cuerpo, hay que aceptar que hay otras cuestiones que pueden ser políticas, que dependen de relaciones de fuerza, de poderes, cuestiones que hacen a la constitución de los sujetos.

 


P-El libro está ordenado en capítulos cronológicos y temáticos, y estos a su vez están divididos en pequeñas secciones, que yo creo que hacen que el estudio sea muy accesible. ¿Buscaste esa estructura?

R-Sí, esa fue una idea que en principio dependió de la extensión y la extrañeza que me causó, como lector, la obra de Nin Frías. Tenía que elegir lo que extraía, porque no era posible escribir sobre todo lo que produjo. También era necesario hacer una especie de traducción de lo que escribió en un lenguaje del siglo XIX para un lector de estos tiempos. Y en esa empresa, si te fijás, los fragmentos están separados por una Y. Es como un modo de señalar que, además de lo que se lee, siempre hay algo más que decir, algo que está a la espera de ser dicho. Los fragmentos son como un modo de poner límite a una empresa infinita que no puede culminar, porque nunca lo que pueda decir alguien en estos tiempos puede decir exactamente lo que dijo un tipo educado en la Inglaterra del siglo XIX, que vivió en el 900 montevideano, en las épocas de la fundación de una modernidad tardía en estas latitudes, que participó de manera extraña en ese mismo tiempo que dio lugar a Macedonio Fernández y a Jorge Luis Borges, alguien acuciado por un erotismo que sentía que no era de las tierras en las que vivía, alguien que se sentía fuera de lugar y de tiempo.

 

Portada del libro de José Assandri.

“Alberto Nin Frías: una tumba en busca de sus deudos”

Se presenta este domingo a las 20.00 en el salón Rojo de la Intendencia de Montevideo, como parte de la Feria Internacional del Libro. Conversarán con el autor Raquel Lubartowski, Fernando Barrios y Marcos Wasem. (Estuario Editora).

* Publicado en "La Diaria", el 05/10/2018.

Fuente: https://ladiaria.com.uy/cultura/articulo/2018/10/bajo-la-sombra-de-urano-rescate-de-alberto-nin-frias/


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